11 nov 2018

SEGUIR PINTANDO. Exposición en la galería MCO Arte Contemporánea.

Acaba de inaugurar en Oporto (Portugal), y podrá visitarse hasta el 15 de enero.

SEGUIR PINTANDO

  Mis noches mejoran y me siento más fuerte. Estoy retomando el contacto con mis cosas y querría que ellas me aceptaran para poder volver al trabajo” Eso le contaba Henry Matisse a un amigo en una carta en mayo de 1941, en plena II Guerra Mundial, sólo unos meses después de ser operado a raíz de una grave enfermedad. Tras restablecerse milagrosamente, y a pesar de que la mala salud y los dolores ya no le abandonaron, el pintor se lanzó con una energía increíble al trabajo durante los siguientes 13 años hasta su muerte. Tenía la sensación de haber resucitado y que le habían obsequiado con una vida extra. No era capaz de estar levantado mucho tiempo así que dibujaba y pintaba en la cama, apoyado en almohadones. Lo admirable es que la obra que realizó en ese periodo nunca reflejó el calvario por el que estaba atravesando, al contrario rebosa color, alegría y vitalidad.

 

Matisse, cama. 2018. Acrílico/tela. 114x146 cm.

  
Matisse trabajando en su cama.

En La Zanja luminosa, un texto  maravilloso sobre los talleres de los artistas, reflexionaba el historiador Ángel González acerca de la diferencia entre el estudio del pintor y el taller del escultor. El maestro tenía claro que la misma palabra taller, invitaba a pensar que allí el escultor trabajaba sin descanso, mientras que, el estudio constituía para él un misterio, y se preguntaba _ ¿Quién sabe lo que hacen los pintores en sus estudios? ¿Dormir? ¿Soñar tal vez?_  Siguiendo este pensamiento podemos imaginar que aquellos artistas que sueñan en el estudio posiblemente pintan en la cama.


 
E. Hopper, cama. 2018. Acrílico/tela. 35x35 cm.

 
La lectura del escrito de Ángel González nos lleva de visita por los espacios de trabajo de grandes creadores del siglo pasado. Algunos como Brancusi, Calder, Derain, Matisse o Warhol reaparecen en la heterogénea lista de autores que han ido poblando este proyecto que ahora  puede verse en la galería MCO.  
Proyecto que consiste en  indagar y llevar a cabo una investigación (nada rigurosa) para conocer no sólo donde trabajaban o dormían (soñaban),  sino como vivían o de que se rodeaban esos artistas. Así hemos averiguado que Brancusi se fabricaba él mismo todos los objetos de uso cotidiano, desde el sofá a la pipa. Que el mínimal americano Donald Judd construía sus propios muebles, cuando no  recurría a los del arquitecto holandés Gerrit Rietveld, por el que sentía predilección. A veces tienen firma, aunque lo normal es que se trate de artículos de diseño anónimo y siempre a años luz de la clonicidad que invade nuestros hábitats en estos tiempos, como latas y botes reciclados para su uso en el estudio, o mantas y cojines en cuyos diseños se adivinan conexiones con la obra de sus respectivos propietarios. 
 
Brancusi, pipa. 2018. Acrílico/tela. 18x18 cm.
D. Judd, mesa roja y silla roja y azul. 2018. Gouache/papel. 28x38 cm.


El crítico de arte francés Georges Duthuit,  (a la sazón yerno de Matisse ), y asiduo visitante de aquel atelier del callejón Ronsin donde trabajaba y vivía Brancusi, opinaba que el escultor “restauraba la dignidad embarullada, marchita y olvidada de las cosas”. Porque es la relación y el contacto con sus dueños la que produce la transformación de esas cosas corrientes en únicas. Y es por ese estatus de singularidad por lo que son incorporadas a este inventario, el cual se nutre principalmente de pistas y hallazgos en Internet y otras publicaciones. Sin embargo de vez en cuando, viendo una exposición o tras peregrinar a una casa museo, ocurre un encuentro mágico, en esos momentos se puede sentir el “efecto reliquia” que emana de esos enseres o utensilios que pertenecieron a artistas a los que se venera. 


 
Rothko, silla. 2018. Gouache/papel. 28x38 cm.


Mark Rothko trabajando en su estudio de Staten Island.


Díaz-Caneja, silla. 2018. Gouache/papel. 28x38 cm.

 
Juan Manuel Díaz-Caneja sentado en su estudio.


Magritte, cama. 2018. Acrílico/tela. 35x35 cm.

René Magritte con su perro en brazos junto al escritor Louis Scutenaire.

La emoción, lo afectivo y la libertad se reparten el mando de un método de selección que traza un camino salpicado por infinidad de desvíos, coincidencias, y revisiones. En las paredes de la sala eso se traduce en una disposición de las obras en gabinete a las que acompaña documentación gráfica y anotaciones.

 
Vista de la exposición en MCO.
Obstinarse en convertir a estos objetos íntimos en protagonistas de la obra, y además hacerlo pintando, hoy en día constituye un acto de resistencia frente a la estandarización. También es una manera de rendir tributo a nuestros maestros, y de proclamar que una no concibe la práctica artística separada de la vida (cotidiana).  
Toda una reivindicación de la creación como experiencia extraordinaria, que explica muy bien el escritor y crítico Germán Huici cuando califica a “los artistas y al arte de elementos subversivos  dentro de esta sociedad del espectáculo en eterna reposición”.


Georgia Okeeffe en su estudio.

G. Okeeffe, muebles de pintar. 2018. Gouache/papel. 51x66cm.

Georgia Okeeffe en su estudio de su casa en Nuevo México.


Otra vista del montaje en MCO.


*Texto en Portugués:

            CONTINUAR A PINTAR
«As minhas noites melhoram e sinto-me mais forte. Estou a retomar o contacto com as minhas coisas e queria que estas me aceitassem para poder regressar ao trabalho». Era isto o que escrevia Henry Matisse, a um amigo, numa carta escrita em maio de 1941, em plena II Guerra Mundial, meses depois de ter sido operado, na sequência de uma grave doença. Depois de uma recuperação milagrosa, e apesar dos problemas de saúde e das dores constantes, o pintor lançou-se ao trabalho, com uma energia incrível, durante os 13 anos que precederam a sua morte. Tinha a sensação de ter ressuscitado e de o terem brindado com uma vida extra. Não era capaz de se manter levantado durante muito tempo, pelo que desenhava e pintava na cama, apoiado em almofadões. O mais surpreendente é que a obra que executou durante esse período nunca refletiu o calvário pelo qual passou; muito pelo contrário, transborda cor, alegria e vitalidade.
Na «La Zanja luminosa», um maravilhoso texto sobre as oficinas dos artistas, o historiador Ángel González fazia uma reflexão sobre a diferença entre o estúdio do pintor e a oficina do escultor. O professor tinha a certeza que essa mesma palavra, oficina, convidava a pensar que, ali, o escultor trabalhava sem descanso, enquanto que o estúdio constituía, para ele, um mistério, e questionava-se: Quem sabe o que fazem os pintores nos seus estúdios? Dormir? Sonhar? Seguindo esta linha de pensamento, podemos imaginar que os artistas que sonham, nos seus estúdios, possivelmente pintam na cama.
A leitura do que escreveu Ángel González leva-nos a uma visita pelos locais de trabalho dos grandes criadores do século passado. Nomes como Brancusi, Calder, Derain, Matisse ou Warhol reaparecem na heterogénea lista de autores que foram povoando este projeto que, agora, se pode ver na galeria MCO.
Projeto que consiste em questionar e levar a cabo uma investigação - nada rigorosa - para conhecer, não só onde estes artistas trabalhavam, ou dormiam (sonhavam), mas também como viviam ou de que se rodeavam. Nesse sentido, apuramos que Brancusi fabricava os seus próprios objetos do quotidiano, desde o sofá até ao cachimbo. Que o minimalista americano, Donald Judd construía os seus próprios móveis, quando não recorria aos do arquiteto holandês Gerrit Rietveld, pelo o qual tinha uma grande predileção.
Às vezes têm assinatura, ainda que o normal é que se tratem de artigos de design anónimo e a anos luz da clonagem que invade os nossos habitats, nos tempos que correm, como latas e potes reciclados para uso próprio, ou no estúdio, ou mantas e almofadas decorativas, em cujos desenhos se adivinham conexões com a obra dos respetivos proprietários.
O crítico de arte francês, Georges Duthuit, (à data, genro de Matisse), e visitante assíduo daquele atelier da ruela Ronsin, onde vivia e trabalhava Brancusi, considerava que o escultor «restaurava a dignidade confusa, mirrada e esquecida das coisas». Porque é a relação e o contacto com os seus proprietários que produz a transformação dessas coisas vulgares em únicas. E é por esse status de singularidade que são incorporadas a este inventário, o qual se alimenta, essencialmente, de pistas e achados na Internet e outras publicações. No entanto, pontualmente, vendo uma exposição, ou após uma visita a casa museu, acontece um encontro mágico. Nesses momentos, pode sentir-se o «efeito relíquia» que emana desses objetos ou utensílios que pertenceram aos artistas que veneramos.
A emoção, o afetivo e a liberdade distribuem-se sob a batuta de um método de seleção que traça um caminho salpicado por uma infinidade de desvios, de coincidências, e de revisões. Isso traduz-se, nas paredes da sala, numa disposição das obras expostas, acompanhadas de documentação gráfica e de anotações.
Obstinar-se em converter estes objetos íntimos em protagonistas da obra e, além disso, fazê-lo, pintando, constitui, hoje em dia, um ato de resistência frente à estandardização. É igualmente uma forma de prestar homenagem aos nossos mestres e de proclamar que não se concebe que a prática artística seja dissociada da vida quotidiana.
É toda uma reivindicação da criação, como experiência extraordinária, cujo escritor e crítico Germán Huici muito bem explica, quando qualifica aos «artistas e à arte de elementos subversivos dentro desta sociedade do espetáculo em eterna reposição».
Outubro de 2018
Teresa Moro

Mas información en http://mcoartecontemporanea.com/index.html