ROSEBUD. Exposición colectiva.
Se Inaugura el Sábado 1 de Marzo a las 12:00 del mediodía en el espacio de Vuela Pluma Ediciones. C/San Lucas, 3. Madrid.
María Escribano cuenta que la idea de la exposición nació en una conversación con Eugenia Niño y Gemma Sunñer sobre Ciudadano Kane de Orson Welles.
Desde el momento en que me llamó María para proponermelo a mí me apeteció participar.
Mi pieza habla más de la adolescencia que de la infancia, en ella he vuelto a pintar la litera que compartía con mi hermana en la casa familiar donde me crié.
La he planteado como un Vanitas. Incluso he copiado el formato en semicirculo de los Dos Jeroglíficos de las Postrimerías de Valdés Leal que se encuentran en el Hospital de la Caridad de Sevilla, también de esas obras barrocas viene la sentencia en latín de la filacteria: "In ictu oculi" que se traduce como "en un abrir y cerrar de ojos".
In Ictu Oculi de Valdés Leal
Para la ocasión han editado un cartel con las obras (que no podían pasar de 40 x 50 cm) de los 20 artistas que participan y con el texto que ha escrito María Escribano.
La lista completa de artistas: Almudena Armenta, Carmen Calvo, Charris, Dis Berlín, Forns Bada,
Alfonso Galván, Carlos García Alix, María Gomez, Mariana Laín, Juan
Antonio Mañas, Perico Pastor, Guillermo Perez Villalta, Agueda de la Pisa, Miluca
Sanz, Juan Carlos Savater, Brigitte Szenczi, Pilar Insertis, Rafael Zapatero y yo.
Este es el cuadro que he pintado para "Rosebud".
"Vanitas", 2014. (Acrílico sobre lienzo. 46 x 38 cm)
Veinte Rosebuds en Vuelapluma.
fortuna de vivirla, conscientes de ella?. Desde el principio de los tiempos parece que el ser
humano fantaseó con la idea de una Edad de Oro en la que los dioses y los hombres eran uno
y a la que seguía la escisión, la degradación y la pérdida. Hesíodo nos ha dejado la primera
narración de ese orden descendente desde el oro al hierro, que planeará sobre occidente
durante siglos, de tal modo que podría decirse que el recuerdo de una Edad de Oro o de un
Paraíso Perdido, ha sido uno de los grandes temas de la cultura occidental.
Pero es sin embargo desde el Renacimiento, un momento de ruptura con un mundo
de fronteras precisas y de precaria delimitación de otras nuevas , un momento de
descubrimiento de nuevos mundos físicos e imaginarios , cuando esta conciencia de pérdida
y esta añoranza de plenitud a la que llamamos melancolía, teñirá con mayor intensidad
toda la cultura de occidente. El neoplatonismo, abonará la idea de un alma infinitamente
luminosa en su origen a la que la materia oscurece y a la que el aprendizaje devuelve parte de
lo que ha olvidado. De ello se seguiría igualmente que la melancolía podía transportar a un
estado que permitía recobrar la clarividencia, el conocimiento en estado puro, por intuición
directa. Así los artistas, nacidos bajo el signo de Saturno, serían aquellos a los que su condición
melancólica permitiría vislumbrar la visión del paraíso y el arte el lugar en el que se acababa
alumbrando el fruto de esas visiones.
Desalojado de la vida cotidiana el neoplatonismo, reducido casi exclusivamente en
nuestro tiempo a estantería de erudito, la melancolía mostrará sin embargo su resistencia,
su capacidad para mutar y seguir afectando a todos cuantos tienen la sensación de
haber perdido algo o no han encontrado todavía lo que buscan. Y así la sicología vendrá
en su ayuda y ensayará una explicación distinta (y quizá no menos platónica) para esa
añoranza porque no es ahora una vida anterior, pero si la infancia, la proveedora de ese
conocimiento mágico que proporciona la medida exacta del nombre de las cosas. La sicóloga,
Marion Milner, investigadora de referencia en la relación entre juego y creatividad, no puede
evitar asociar ese momento con “el poeta primitivo que hay en cada uno de nosotros” e
incluso pensar que ese estadio de la vida “se parece demasiado a las visitas de los dioses”.
La madurez, la entrada en la razón, supondría la gran fractura, la privación de la intimidad con
la realidad y es el arte el que de alguna forma volvería a devolvernos parte de ella.
En 1941, cuando América comenzaba a salir de la Gran Depresión, Orson Welles realiza
Ciudadano Kane y la mítica película no es una emotiva confesión de experiencias iniciáticas
como cabría esperar de un joven de 26 años , sino la historia de un hombre poderoso
y depredador contada desde su niñez hasta sus momentos finales . Fiel a la tradición que
encuentra en el desengaño y la decepción, uno de los principales resortes de la creación
artística, Ciudadano Kane puede leerse como una denuncia de la futilidad del poder y los
bienes materiales, pero es sobre todo un dramático lamento de la irremediable pérdida del
paraíso de la inocencia. Orson Welles vuelve así en esa obra realizada en estado de gracia, a
narrar la melancolía de un hombre simbolizada en una palabra, Rosebud , y en un objeto,
un trineo, que el fuego acaba consumiendo y cuya íntima asociación entre ambos, el gran
secreto de la historia, quizás de todas la historias, solo el propio Charles Foster Kane y nosotros
los espectadores conocemos . Mientras lo vemos consumirse en el fuego de la gran chimenea
de Xanadú, esa escena final vuelve a recordarnos de nuevo el imposible encuentro de las
palabras y las cosas, perdido en el mundo ideal de la infancia y origen de cualquier forma
de melancolía. ¿ Como no evocar ante ella El sueño de Colerigdge, y pensar en Rosebud
como una nueva manifestación de ese arquetipo, ese objeto eterno al que Borges imagina
ingresando paulatinamente en el mundo para agregar a la realidad sueños como el palacio
de Kublai Khan y el poema de Coleridge?.
Pero vivimos ya en otro tiempo y sufrimos otra modalidad de Gran Depresión. En El lobo de
Wall Street, Scorsese relata también la ascensión y caída de un triunfador posmoderno,
depredador como Kane, pero a diferencia de este sin un Xanadú real o imaginario que
habitar, sin un Rosebud que situar en una edad primigenia, sin la añoranza de la llegada
de ningún arquetipo, de ningún objeto eterno. A diferencia de Charles Foster Kane, Jordan
Belfort , no se nos presenta como un personaje melancólico rodeado de obras de arte, sino
como alguien que , por citar dos obras de un gran melancólico contemporáneo , J.M. Coetzee,
ha sobrepasado la Edad del Hierro para aterrizar En medio de ninguna parte, en un mundo
infernal, sin pasado, sin referencias y sin jerarquías. Un medio ciertamente hostil para
determinado tipo de artista, para determinado tipo de arte… si no se opta por salirse del
tiempo, por rebelarse contra él.
Esta exposición parte de una conversación sobre la película de Welles. Reunir a una serie de
artistas, para que nos desvelaran su Rosebud personal, fue una tentación irresistible y quizá
un atrevimiento , aunque bien mirado , ¿qué otra cosa continúa haciendo el arte ,al menos
aquel que sigue interesado en el deseo de conciliar el mundo ideal y el mundo sensible,
sino tratar de resucitar el Rosebud primordial?. Elegimos a artistas, diez hombres y diez
mujeres, que estuvieran en il mezzo del camino, un buen momento para extender la mirada
sobre el pasado y tratar de descubrir a que imagen asociaron el vislumbre de la plenitud
y si esa imagen fue después una referencia en sus vidas o en sus obras. Una imagen que
puede aparecer soleada como la cúpula del palacio de Kubla, aunque flotando en el abismo
tenebroso , pues no ignoramos que el arte ha podido nacer justamente de esa desgracia,
de esa pérdida de inocencia, de ese pecado original de la memoria, porque ¿quién desearía
en occidente cantar un paraíso que no se ha perdido?. Nuestro pecado nos conforma
como hombres tanto como nuestra gracia de modo que nuestro olvido, nuestra mutilación
primordial, nuestra insatisfacción, nuestra melancolía en fin, es una llamada de atención
a los dioses para que acepten el reto y acaben por reconocernos y devolvernos el tiempo
perdido.
Es muy posible que cuando escribió el guión de Ciudadano Kane, Orson Welles admirador
de los poetas románticos ingleses, conociera Xanadú, el famoso poema de Coleridge, pero
no había podido leer el cuento de Borges publicado en Otras Inquisiciones en 1952 . Quizás
el viejo trineo haya viajado ya al universo de los arquetipos para simbolizar, como el
arte, aquello que nos saca del tiempo, que nos despierta del letargo de la existencia para
devolvernos un instante de iluminación. También nosotros confiamos en que la serie de
sueños y trabajos no haya llegado a su fin y en que no cesará el número de soñadores que
en cualquier lugar y en cualquier momento nos devolverán las cosas, las rescatarán de los
sueños para darles la forma de un palacio, un poema, un mármol, una música o una pintura.
Fue con esa esperanza, con esa secreta intención, con las que, en una noche de primavera,
Eugenia, Gemma y yo planeamos esta exposición.
Estoy encantada y agradecida de poder añadir aquí para completar esta entrada el texto que María Escribano ha escrito para la exposición y que se encuentra impreso en el reverso del cartel que Vuelapluma ha editado.
“El señor Kane fue un hombre que tuvo cuanto se puede desear y lo perdió luego. Puede que Rosebud fuera algo que no pudo conseguir o algo que perdió”.
Secuencias finales de Ciudadano Kane.
Secuencias finales de Ciudadano Kane.
“¿Cómo voy a resistir el dolor de todo lo que se ha perdido sin dejarme siquiera el sueño de una edad prístina, teñida tal vez por el violeta de la melancolía, sin un mito de la expulsión que sirva para interpretar mi dolor?.”
J.M.Coetzee. En medio de ninguna parte.
¿Pero hubo alguna vez una edad prístina y si la hubo, fueron los hombres que tuvieron la
fortuna de vivirla, conscientes de ella?. Desde el principio de los tiempos parece que el ser
humano fantaseó con la idea de una Edad de Oro en la que los dioses y los hombres eran uno
y a la que seguía la escisión, la degradación y la pérdida. Hesíodo nos ha dejado la primera
narración de ese orden descendente desde el oro al hierro, que planeará sobre occidente
durante siglos, de tal modo que podría decirse que el recuerdo de una Edad de Oro o de un
Paraíso Perdido, ha sido uno de los grandes temas de la cultura occidental.
Pero es sin embargo desde el Renacimiento, un momento de ruptura con un mundo
de fronteras precisas y de precaria delimitación de otras nuevas , un momento de
descubrimiento de nuevos mundos físicos e imaginarios , cuando esta conciencia de pérdida
y esta añoranza de plenitud a la que llamamos melancolía, teñirá con mayor intensidad
toda la cultura de occidente. El neoplatonismo, abonará la idea de un alma infinitamente
luminosa en su origen a la que la materia oscurece y a la que el aprendizaje devuelve parte de
lo que ha olvidado. De ello se seguiría igualmente que la melancolía podía transportar a un
estado que permitía recobrar la clarividencia, el conocimiento en estado puro, por intuición
directa. Así los artistas, nacidos bajo el signo de Saturno, serían aquellos a los que su condición
melancólica permitiría vislumbrar la visión del paraíso y el arte el lugar en el que se acababa
alumbrando el fruto de esas visiones.
Desalojado de la vida cotidiana el neoplatonismo, reducido casi exclusivamente en
nuestro tiempo a estantería de erudito, la melancolía mostrará sin embargo su resistencia,
su capacidad para mutar y seguir afectando a todos cuantos tienen la sensación de
haber perdido algo o no han encontrado todavía lo que buscan. Y así la sicología vendrá
en su ayuda y ensayará una explicación distinta (y quizá no menos platónica) para esa
añoranza porque no es ahora una vida anterior, pero si la infancia, la proveedora de ese
conocimiento mágico que proporciona la medida exacta del nombre de las cosas. La sicóloga,
Marion Milner, investigadora de referencia en la relación entre juego y creatividad, no puede
evitar asociar ese momento con “el poeta primitivo que hay en cada uno de nosotros” e
incluso pensar que ese estadio de la vida “se parece demasiado a las visitas de los dioses”.
La madurez, la entrada en la razón, supondría la gran fractura, la privación de la intimidad con
la realidad y es el arte el que de alguna forma volvería a devolvernos parte de ella.
En 1941, cuando América comenzaba a salir de la Gran Depresión, Orson Welles realiza
Ciudadano Kane y la mítica película no es una emotiva confesión de experiencias iniciáticas
como cabría esperar de un joven de 26 años , sino la historia de un hombre poderoso
y depredador contada desde su niñez hasta sus momentos finales . Fiel a la tradición que
encuentra en el desengaño y la decepción, uno de los principales resortes de la creación
artística, Ciudadano Kane puede leerse como una denuncia de la futilidad del poder y los
bienes materiales, pero es sobre todo un dramático lamento de la irremediable pérdida del
paraíso de la inocencia. Orson Welles vuelve así en esa obra realizada en estado de gracia, a
narrar la melancolía de un hombre simbolizada en una palabra, Rosebud , y en un objeto,
un trineo, que el fuego acaba consumiendo y cuya íntima asociación entre ambos, el gran
secreto de la historia, quizás de todas la historias, solo el propio Charles Foster Kane y nosotros
los espectadores conocemos . Mientras lo vemos consumirse en el fuego de la gran chimenea
de Xanadú, esa escena final vuelve a recordarnos de nuevo el imposible encuentro de las
palabras y las cosas, perdido en el mundo ideal de la infancia y origen de cualquier forma
de melancolía. ¿ Como no evocar ante ella El sueño de Colerigdge, y pensar en Rosebud
como una nueva manifestación de ese arquetipo, ese objeto eterno al que Borges imagina
ingresando paulatinamente en el mundo para agregar a la realidad sueños como el palacio
de Kublai Khan y el poema de Coleridge?.
Pero vivimos ya en otro tiempo y sufrimos otra modalidad de Gran Depresión. En El lobo de
Wall Street, Scorsese relata también la ascensión y caída de un triunfador posmoderno,
depredador como Kane, pero a diferencia de este sin un Xanadú real o imaginario que
habitar, sin un Rosebud que situar en una edad primigenia, sin la añoranza de la llegada
de ningún arquetipo, de ningún objeto eterno. A diferencia de Charles Foster Kane, Jordan
Belfort , no se nos presenta como un personaje melancólico rodeado de obras de arte, sino
como alguien que , por citar dos obras de un gran melancólico contemporáneo , J.M. Coetzee,
ha sobrepasado la Edad del Hierro para aterrizar En medio de ninguna parte, en un mundo
infernal, sin pasado, sin referencias y sin jerarquías. Un medio ciertamente hostil para
determinado tipo de artista, para determinado tipo de arte… si no se opta por salirse del
tiempo, por rebelarse contra él.
Esta exposición parte de una conversación sobre la película de Welles. Reunir a una serie de
artistas, para que nos desvelaran su Rosebud personal, fue una tentación irresistible y quizá
un atrevimiento , aunque bien mirado , ¿qué otra cosa continúa haciendo el arte ,al menos
aquel que sigue interesado en el deseo de conciliar el mundo ideal y el mundo sensible,
sino tratar de resucitar el Rosebud primordial?. Elegimos a artistas, diez hombres y diez
mujeres, que estuvieran en il mezzo del camino, un buen momento para extender la mirada
sobre el pasado y tratar de descubrir a que imagen asociaron el vislumbre de la plenitud
y si esa imagen fue después una referencia en sus vidas o en sus obras. Una imagen que
puede aparecer soleada como la cúpula del palacio de Kubla, aunque flotando en el abismo
tenebroso , pues no ignoramos que el arte ha podido nacer justamente de esa desgracia,
de esa pérdida de inocencia, de ese pecado original de la memoria, porque ¿quién desearía
en occidente cantar un paraíso que no se ha perdido?. Nuestro pecado nos conforma
como hombres tanto como nuestra gracia de modo que nuestro olvido, nuestra mutilación
primordial, nuestra insatisfacción, nuestra melancolía en fin, es una llamada de atención
a los dioses para que acepten el reto y acaben por reconocernos y devolvernos el tiempo
perdido.
Es muy posible que cuando escribió el guión de Ciudadano Kane, Orson Welles admirador
de los poetas románticos ingleses, conociera Xanadú, el famoso poema de Coleridge, pero
no había podido leer el cuento de Borges publicado en Otras Inquisiciones en 1952 . Quizás
el viejo trineo haya viajado ya al universo de los arquetipos para simbolizar, como el
arte, aquello que nos saca del tiempo, que nos despierta del letargo de la existencia para
devolvernos un instante de iluminación. También nosotros confiamos en que la serie de
sueños y trabajos no haya llegado a su fin y en que no cesará el número de soñadores que
en cualquier lugar y en cualquier momento nos devolverán las cosas, las rescatarán de los
sueños para darles la forma de un palacio, un poema, un mármol, una música o una pintura.
Fue con esa esperanza, con esa secreta intención, con las que, en una noche de primavera,
Eugenia, Gemma y yo planeamos esta exposición.
María Escribano. Enero de 2014